Ciertamente el Adviento es un tiempo que en “modo esperanza” nos lleva a contemplar la presencia del Creador entre los hombres. En efecto, Dios se reveló al hombre en palabras y acciones haciendo que la historia de la salvación fuese un espacio de su presencia: con palabras, acciones, visiones y teofanías.
Jesucristo vino, Jesucristo volverá. Prepararse para su venida es romper con el mal, el pecado y sus raíces. Todo pecado es dañino por insignificante que parezca. Así nos alertaba san Agustín: «estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión…» (San Agustín, In epistulam Iohannis ad Parthos tractatus 1, 6)
El Adviento nos invita a prepararnos, es decir, allanar los caminos del Señor poniéndonos en la actitud del buen samaritano: hacer el bien sin esperar recompensa; es descubrir junto al pozo de la vida, como la samaritana, que la verdadera alegría viene del encuentro personal con el Salvador; es correr como Zaqueo para ver pasar a Jesús y al recibirlo en nuestra casa tener la valentía que tuvo El para compartir sus bienes con los pobres y los humildes.
P. Guillermo Inca Pereda
Secretario General Adjunto
de la Conferencia Episcopal Peruana