El Corazón de Jesús habla del amor de Dios
Proclama el Profeta Isaías con indiscutible certeza: “El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación”.
Es el canto que brota de una experiencia personal; una certeza que nace de conocer el poder y el amor de Dios por su criatura; una certeza que crece cuando el frágil corazón del creyente se sabe y se siente amado por Dios.
Compartiendo esta común experiencia a todos los hombres religiosos, Oseas describe la ternura paternal de Yahvé, cuando dice: “Yo enseñé a andar a Efraín lo alzaba en brazos; y él comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer”.
¡Dios es amor! En una explosión de ternura, el Padre Celestial al ver que su criatura, no entiende su bondad y su paciencia, exclama su infinita comprensión: “Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta”.
Estas páginas de las Sagradas Escrituras resaltan la bondad de Dios que, por amor al hombre, no dudó en enviar a su Hijo para salvarnos, muriendo en la Cruz.
La experiencia de ese amor lo celebramos y veneramos en la arraigada devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Señal amorosa y elocuente del infinito amor de Dios por nosotros.
P. Guillermo Inca Pereda
Secretario General Adjunto
Conferencia Episcopal Peruana